jueves, 14 de junio de 2007

Es para vos


Boca goleó a Gremio, en la primera final, por los destellos del gran Riquelme y por el sudor de todos. Ahora se va a Porto Alegre a traer la Copa a la Argentina...

Las finales se ganan.

Los cracks deben aparecer en las finales.

Los grandes equipos necesitan adaptarse a distintos escenarios.

Los goles valen uno, más allá de ser hermosos, feos, en offside o con dos pifias seguidas.

Como pocos equipos en el año, Gremio le salió a tapar todos los caminos a Boca y a los 15 segundos, Gavilán ya había tirado al suelo a Riquelme. Y Boca la peleó, la sudó, se sintió incómodo, tiró pelotazos y nunca pudo llegar con claridad. En ese contexto, Ledesma entendió como ninguno que había que quebrar el esquema brasileño con una jugada personal (le hicieron foul) y Riquelme paralizó a la defensa con su pegada venenosa. El defectuoso zurdazo de Palermo (adelantado) y el también defectuoso zurdazo de Palacio pasarán a ser condimento de la leyenda.

A Boca se le abrió el partido cuando agarró la pelota. Cuando Riquelme encontró espacios a la izquierda, para que a cualquier memorioso se le piante un lagrimón nostálgico de los tiempos de Bianchi. Cuando Sandro Goiano se mandó una chambonada y le cepilló la cara a Banega. Cuando Morel Rodríguez, el caudillo defensivo, se paró casi en el círculo central sabiendo que Gremio, incluso en su mejor rato, apenas le vio la cara a un rapidísimo Caranta.

Este Boca más ofensivo que otros históricos, paciente, con liga como cualquier campeón debe ligar, vertical aun sin el control del juego, sacó la ventaja decisiva a partir del hombre que volvió para besar otra vez la Libertadores. Riquelme es la gran figura de esta Copa por portación de apellido y porque le sigue sacando lustre a ese apellido. De nuevo un tiro libre, un enganche, un remate que desarticuló a Saja, un contagio que eclipsa. Tiene que ir a la Copa América aunque a esta hora sea un tema menor para cualquier fanático que anoche hizo temblar la Bombonera.

Por la concentración de Caranta, la jerarquía de Ibarra, la presencia del Cata Díaz, el presente de Morel, la electricidad de Clemente, la llegada de Ledesma, el temple de Banega, las intermitencias de Cardozo, los goles que son y los que no son de Palacio, por el esfuerzo de Palermo, por lo que aportan los que entran, por la mística, por la mano casi siempre ofensiva de Russo... Pero por sobre todas las cosas, por la estrella de un tan Juan Román Riquelme, la sexta ya se mira y no se toca.

Las finales se ganan y Boca abrió una cátedra para enseñar cómo hacerlo.

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