jueves, 17 de mayo de 2007

Rie mejor



Román demostró en menos de tres meses que es más que cuando ganó todo con Bianchi. Hasta lo dicen sus compañeros. ¿En qué cambió el 10?.

"¿Y que más te puedo decir yo de Román?". Hugo Ibarra sonríe con suficiencia. Compañero, amigo, testigo directo y admirador del juego de Riquelme, está convencido de que no hay nada más para agregar a lo que sus pies crean cada vez que tiene el balón, y cuando no lo tiene también.


Cede la palabra el Negro, entonces, y abre el juego. ¿Sé puede contar algo más de Román que no se haya dicho antes? Sí, se puede. Porque aunque su rostro no haya sumado ni una arruga ni su pelo una cana, el 10 ya dejó de ser Romy. Aunque siga jugando con las medias a media asta y disfrute como un chico, él renovó registro y maneja mejor que antes.

Si antes era líder, hoy lo es más que nunca. Si en el 2000 era un crack de 22 años, la imagen que da ahora es la de un consagrado de 28 años. Convenció a muchos de los que lo criticaban y demostró que ya no tiene nada que demostrar. Sus compañeros, los que lo vieron crecer cuando empezó su larga carrera en Boca (Palermo, Ibarra, Clemente, Battaglia) y los que comparten por primera vez plantel con él, están convencidos de que esta versión de Román supera a la del ciclo anterior, más allá de que todavía no hay vueltas olímpicas de por medio. Es lo que todos le dijeron ayer a Olé ante la consulta sobre el nivel del 10, que se hace cargo de las necesidades del equipo e intenta satisfacerlas. Pone toda su experiencia y su madurez. Si hay que ordenar a la defensa, sumarse a los delanteros, recuperar la pelota raspando el césped, jugar por los costados o hacer un relevo, el 10 no tiene miedo de ensuciarse. Gesticula hasta cuando hamaca la pelota en los pies, frena o acelera el avance de un compañero, es inteligente para ver, con ese tercer ojo invisible, cuál es la mejor opción para descargar y ahí levanta aplausos con un toque de magia. Y tiene la habilidad, una más, de convertir las críticas -aunque constructivas- en elogios: se le reclamó que no pateaba al arco ("Prefiere que los goles los hagan los demás y no él", contó Russo) y respondió con cuatro goles en cinco partidos. Y hasta de cabeza, como el domingo. "Siempre fue un jugador distinto, pero ahora está llegando más seguido a posición de gol. Por su forma de jugar, por la facilidad para meter asistencias, es ideal para cualquier delantero", dice Mauro Boselli, admirador desde que era alcanzapelotas.

El compromiso no es sólo adentro. De aquel Román callado, más cortante, más rebelde, hoy delante de los micrófonos se lo escucha analítico, observador, un declarante al que vale la pena ponerle el oído. Sus compañeros también lo escuchan, no sólo cuando les pide que toquen rápido (como a Banega) o que sorprenda por el lateral (como le sugiere a Clemente). Aconseja desde la experiencia que le dio no sólo su paso por Europa sino su propia vida, el hombre más allá de la camiseta. "Disfruto cada práctica junto a él. Siempre te deja cosas. Es totalmente distinto. Y ahora que puedo compartir minutos me siento en las nubes", se babea Bertolo.

Como amo y señor de este Boca que da pelea, sabe que tiene ese poder y acepta la responsabilidad, que también le dan sus compañeros y hasta el técnico, que no para de elogiarlo. Por eso, aunque ante Argentinos su tobillo asustó a todos, a él no le hizo ni cosquillas y no sólo no pidió el cambio sino que ante Vélez pareció intacto. Y hasta tiene la espalda para bancar al DT cuando todos le criticaron su salida vs. Racing.

A su calidad y talento innatos les agregó sacrificio, madurez, más inteligencia, más llegada al área rival, simplicidad y toda la experiencia, sin abandonar a ese Romy que sigue tomando mates en ojotas en la puerta del vestuario. En el ciclo pasado ganó todo, éste recién empieza, lo empezó con todo. Y, Negro, ¿no había más para decir?.

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