jueves, 21 de junio de 2007

La última función del mágico botín derecho del número 10



Debajo de la suela de su botín derecho guarda el tesoro más preciado: la pelota. Podría decirse balón, pero no, el término exacto es ése: pelota. Porque de esa manera siente éste juego y bajo ese precepto llegó hasta aquí. Con esa fusión perfecta entre el potrero made in Don Torcuato y la formación profesional de la Ribera, acentuada en el Viejo Continente, Juan Román Riquelme escribió casi su mejor capítulo deportivo. El del hijo prodigo que volvió al hogar para recuperar su esencia y le devolvió a su gente, la de Boca, la alegría de ser una vez más campeón de la Copa Toyota Libertadores.

Las miradas se depositaron sobre él. Las de la gente de Boca, y en especial las de los jugadores de Gremio, que lo maltrataron cada vez que pudieron. Como si esos llamativos pantalones amarillos lo hubieran convertido en el blanco de las agresiones brasileñas. La protección llegó desde la tribuna al grito de "Riqueeeelme, Riqueeelme". Así como los rezos por tenerlo siempre en casa. Y un estandarte que flameó en la Bombonera, y anoche estuvo en el estadio de Gremio, lo ratificó: "ROMANce por cuatro meses. Amor por siempre".

Y Riquelme -el mejor del certamen, sin discusión-, que jugó cada encuentro bajo la lupa de los US$ 2.000.000 que invirtió la institución en el préstamo por cuatro meses, dijo presente cuando más se lo necesitó. Incluso, cimentó, eso de que casi exclusivamente de su mano, Boca llegó a ser por sexta vez el dueño de América.

Y su última función tuvo el cierre perfecto. Ese que cualquiera elegiría para coronarse. Primero: derechazo violento, cruzado, heroico, determinante, empapando de impotencia al arquero rival... Después, toque entre dos defensores tras un rebote de Saja tras la definición de Palacio. Todo muy... Riquelme. Ah, ¿quedó claro por qué Basile lo eligió para viajar hoy a Venezuela para disputar la Copa América?

Pero no sólo eso hizo anoche, porque desde que debutó en su segunda etapa en Boca, el 18 de febrero, en la Bombonera, mostró un nuevo atributo: liderazgo. En estos 121 días, en los que su mejor versión se impuso a las primeras dudas sobre su desempeño, asumió un protagonismo que antes descansaba sobre apellidos como los de Serna, Basualdo, Palermo o Guillermo Barros Schelotto. Riquelme se apoderó del equipo y a su talento natural con la pelota le incorporó la voz de mando dentro del campo de juego. En cada partido, el hombre de rostro impermeable a las emociones ordenó a sus compañeros y el equipo se desplazó con la cadencia de su mágica derecha.

Riquelme volvió a su casa y cumplió, sobradamente, con el sueño: estar otra vez en la cima de América.

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